Sonaba de fondo Ocean rain de los Bunnymen y ella me saco a bailar. No me lo esperaba, entre otras cosas porque recién la conocía hace una o dos horas. Era alta, delgada, desgarbada y vestía como una emo de 17, pero en realidad tendría 21 o 22 años. Me encandiló desde el primer momento que nos presentaron, sobre todo por su look y la forma que tenía de cagarse en la gente que la miraba raro, era puro actitud la flaca.
Yo no sabía cómo demonios moverme en la pista, si es que alguna vez lo supe. Ella al parecer tampoco era muy ducha en la danza, pero lo compensaba con hartas ganas y una forma de moverse entre graciosa y sensual, entrecerrando los ojos, mordiéndose los labios y haciendo “culebritas” con su delgado cuerpo. Se acercaba y alejaba de mi, como queriendo buscar alguna reacción. Yo primero me lo tomaba a broma, me decía a mi mismo que era su forma de bailar, pero cuando entrelazo mi mano con la suya, ya no estaba tan seguro. Para probar la atraje hacia mí y sentí su huesuda y suave anatomía pegada a mi cuerpo. Le susurre al oído un “¿que buscas ah?”, “nada” me dijo, mientras me miraba fijamente, “solo quiero bailar y divertirme”. Mujeres de mierda, pensé, ya estaba harto de ese jueguito decadente de siempre. El ambiente, la música y los tragos eran de lo mejor, pero en el fondo siempre era lo mismo cuando uno quería hacer un ligue. Me prestaré otra vez al juego, pensé, “¿divertirte conmigo?”, le dije. Nuevamente sus hermosos ojos grises se posaron sobre mí, sonrió coquetísima y soltó un “tal vez”. Acercó su suave mejilla a la mía, podía oler su aliento a licor y sentir su pecho casi plano pegado al mío, agitándose suavemente. Acabo la canción justo en ese instante y pensé que me jalaría de nuevo a nuestra mesa, pero no, continuó pegada a mí, esperando la siguiente pieza. Había algunas parejas más en la pista, seguramente esperando lo mismo, pero cuando empezaron los brutales beats de Closer de los NIN todos fugaron casi en estampida a sus respectivas mesas. ¿Todos dije?, pues no, ella seguía pegada conmigo, en media pista, y no hacia caso a mis intentos de separarnos e ir a sentarnos. El ritmo se acrecentaba y yo ya no me sentía tan bien, solo en la pista y con todas las mesas observándonos. “Por favor, quédate aquí” me dijo, “está canción es demasiado”. No supe que hacer, porque, en contraste con el endemoniado beat del tema, ella y yo solo estábamos demasiado juntos, en total quietud. Era agradable sentir el dulce perfume de su cuerpo, mezclado con el olor a licor de su boca, pero aun así no podía evitar pensar en cómo nos veríamos los dos en la pista. Un casi tío, gordo y con ropa de oficina, pegado a una chibola pasada de copas y de posiblemente otras sustancias. Lo peor que yo ni siquiera estaba lo suficientemente ebrio como para no pensar en eso. Hice un intento de moverme algo, al ritmo de la canción, para disimular un poco, pero ella me apretó fuerte y me dijo que no lo hiciera, que esa era su forma de sentir la música, sintiendo el calor de un cuerpo e imaginando una y mil situaciones y lugares mientras transcurría el tema. Aun seguía incomodo, pero acepté. Su respiración empezó a hacerse cada vez más rápida, casi siguiendo el ritmo, lo que empezó a excitarme terriblemente. Llegado el brutal clímax de la canción, la empecé a besar con fuerza, era muy rico pero a la vez raro, como si no supiera hacerlo. Entre los mordiscos salvajes, y la saliva que nos desbordaba, percibí un sabor salado. Eran lágrimas que brotaban a borbotones de sus hermosos ojos. Me palteé un poco, pero disimule, la deje de besar lentamente y espere a que acabara la canción. Esta vez sí vino de buena gana a nuestro sitio, pero en lugar de sentarse a mi lado lo hizo sobre mis piernas. Era raro por qué no sentía el influjo sexual de hace unos minutos en la pista, si no que esta vez la veía más como una niña desamparada y palteada por haber hecho, tal vez, algo malo. Lo primero que supuse fue que tenia pareja, enamorado, novio o lo que fuera y que esas lagrimas eran por eso. Mientras seguíamos en nuestro ritual alcohólico acerco nuevamente su boca a la mía, nos besamos, pero seguí sintiendo ese algo raro de la primera vez. Me separe y le pregunte si ya había salido antes con algún otro, me dijo que no, que era la primera vez que besaba a un hombre. Ahí está, me dije, no sin antes esbozar una casi imperceptible sonrisa del estilo “la hice, ves” y pensar: es eso, no sabe besar. Pero no me importaba por que igual era delicioso saborearla. “A hombres no, pero a mujeres si”, me completo la frase, “tengo mi pareja, otra flaca, de Brasil, por eso las lagrimas, nunca antes he sentido la necesidad de serle infiel a nadie”. “Está a punto de llevarme a vivir con ella a su país”, continuó, “estoy enamorada, pero no creo ser completamente lesbiana, y quisiera probar un hombre antes de marcharme”
Me cogió frio todo eso, titubee unos segundos, pero finalmente puse mi mejor cara de open mind y de hombre de mundo, al que supuestamente no le importan este tipo de detalles. Pero en el fondo estaba descolocado por completo, porque ese era parte de mi sino, casi siempre que me sentía a gusto con alguien, había detalles que al final no permitían concretar nada. O ya tenían novio, o estaban a punto de largarse al extranjero, o se aburrían rápido de todo, o simplemente desaparecían del mapa. Pero esto, era la primera vez que me pasaba, que una lesbiana se fijara en mí y que encima me tomara como un “sacrificio”, como algo necesario para dar el próximo paso en su vida. Aunque también me parecía graciosa la situación e imaginaba la carcajada de algunos patas cuando les contara, lo que de hecho sucedió.
“¿Nos vamos a otro sitio?” me insinuó y por un momento me paso por la mente toda la “logística” del caso, en como seria comerse a una lesbiana “virgen”. Pero de pronto empecé a sentir lo de otras veces, todo el peso de mi primigenia educación católica, moralista y provinciana. Y sabia que cuando aparecía esa sensación de estar haciendo algo malo o pecaminoso, no llegaría a ningún lado, léase “no funcionaria”, ¿capischi? Le dije que no me parecía buena idea, que las infidelidades no van conmigo. Aunque en realidad me pesaba más su lesbianismo.
Tendrían que haber visto su mirada que prácticamente me decía: wath the fuck tío? Solo te estoy preponiendo un choque y fuga, no es para tanto. Pero yo ya estaba jodido. Al parecer entendió y cambió al instante su rostro y regresó de nuevo a su forma dulce y calmada. Yo aun seguía abochornado, con las orejas ardiéndome y sin saber que tan bien había disimulado. Entonces me dijo, “salgamos de acá, llévame a comer algo”. De acuerdo flaca, salgamos, pensé, pero no lo dije, cruzamos en silencio el extenso salón y afuera nos recibió la hora azul, mi hora preferida, cuando toda la ciudad empieza a salir de su letargo y se tiñe de ese color, y todo parece tan mágico, tan calmo y tan posible. Respiré hondo y me apreste a seguir, cuando ella me cogió de la mano, me sonrió con dulzura y me dijo “vamos”. Ella estaba más ebria que yo, pero aun así se mantenía bien, solo algunos pequeños balbuceos en su voz infantil la delataban, yo por dentro también me sentía demasiado intoxicado de alcohol, pero aun así, o gracias a eso y a la hora azul, empecé a sentir una extraña paz a su lado, como si un hada me condujera a través de las estrechas calles de la ciudad, que a esas horas aun no se percibía gris, si no azul. Todo adquirió un halo irreal y me sentí extrañamente feliz. Ella seguía cogida de mi mano, y paseaba su pequeño pulgar lentamente por el dorso, quizá preguntándose por que mis manos eran tan o más suaves que las suyas. Anduvimos, calculo, un par de kilómetros, en busca de algún lugar donde comer, pero a mí me supieron a dos cuadras. Nos adentramos en el primer sitio que encontramos abierto y ordenamos. La magia del paseo ya se había disuelto y el olor a fritanga y el bullicio de las primeras combis nos devolvieron a nuestra realidad. Pero creí percibir en sus ojos el desencanto que me asaltaba a mi también y quise creer que ella también sintió lo mismo durante toda la caminata, y que también le pesaba separarse de mi en unos pocos minutos, o lo que durara el medio pollo que devorábamos. Y que también se preguntaba por qué no podía sentir eso durante más tiempo, con todas sus amantes hembras, solo simple compañía, comunión, cariño y el sentirse irreal con un casi tío extraño, encontrado casi al azar en uno de los huecos que suele frecuentar.
Terminamos nuestros platos, y sin proferir palabra, ella se adelanto a la salida del local, mientras yo pagaba lo consumido. Me esperaba afuera, con un taxi con la puerta abierta, ya estacionado a su lado. “Fue lindo, gracias” dijo, y continuo mirándome, como esperando alguna respuesta. “Sí” fue todo lo que le dije, aunque creo que deseaba escuchar algo más. Pero yo quería dejar todo así, no quería arruinarlo con números de celus, mails o posteriores citas. Solo la seguí mirando en silencio. Creo que entendió porque me dio un pequeño beso en la mejilla como despedida y abordo su taxi.