Son pocas veces que recuerdo el haber salido del cine con la sensación de estar casi abducido por la película de turno, una suerte de secuestro voluntario al que uno se somete cuando en verdad se llega a identificar con el filme, uno quiere seguir preso de sus situaciones, sus personajes, su atmósfera. Sales de la sala y todo a tu alrededor parece tan frio, tan simple, tan corriente y tan rutinario que te dan ganas de prenderle fuego a todo lo que se te cruce. Me pasó con
Unforgiven (1992) de
C. Eastwood, con
Leaving Las Vegas (1995) , de
M. Figgis, nuevamente con
Eastwood y su
Gran Torino (2008), de las que recuerdo claramente en este instante.
Viene a cuento todo esto porque este fin de semana pasado fui a ver El Secreto de sus ojos de J.J. Campanella, basada en la novela La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri. Les soy sincero, no esperaba mucho, ya sea por ignorancia o por falta de inquietud en buscar material argentino, no sentía la expectativa de la mayoría por este filme. Mi conocimiento de este se reducía a las películas de Olmedo y Porcel (con sus calatas of course) y una que otra de Luis Sandrini, que casi sin querer terminaba mirando por culpa de mi viejo, en fin.
La película es todo un homenaje a lo mejor del cine negro. Está el asesino, la víctima ( si es mujer y hermosa mucho mejor), el policía, los corruptos funcionarios y como no, la femme fatale de siempre.
Benjamín Espósito ( Darín), es un agente federal porteño, que comparte oficina con el entrañable
Sandoval (irreconocible G. Francella) y tiene como jefa a la hermosa e inteligente
Irene Menéndez –Hastings ( Soledad Villamil) de acomodada procedencia. La acción inicial se sitúa en 1999, cuando un ya jubilado Espósito, acude, después de 25 años, a visitar a su ex – jefa y gran amor de su vida. Aunque nunca pasó nada entre ellos, ambos sienten lo mismo el uno por el otro, pero nunca lo admitieron y menos tuvieron el valor de darse la oportunidad. Dicen que los grandes amores son los que nunca se concretan, y parece ser el caso de ellos. El ex agente federal pretende escribir una novela sobre un caso que los marco de por vida, un caso real en el que ambos dejaron un pedazo de sus almas y Sandoval, su vida. Espósito pretende recopilar información sobre el caso por que tiene la intención de escribir una novela sobre ello, la que en realidad es un homenaje a la mujer que amó y aun sigue amando, aun después de 25 años. Parte de este trabajo de recopilación consiste en sucesivas vueltas al pasado, desde el truculento descubrimiento inicial del cadáver de la víctima, hasta todos los vericuetos que tuvieron que recorrer para desentrañar el crimen. Especialmente hermosa la escena en que un alcoholizado Sandoval (G. Francella), a propósito del desciframiento de las pistas que los conduciría al asesino, con sabiduría futbolera de por medio ( argentinos tenían que ser), le larga un discurso que es toda una bofetada en la cara para el inseguro policía. Sandoval es un alcohólico sin remedio, y ante la pregunta de Espósito, en esos instantes, su mejor amigo, de por qué se “destruye” de esa manera en referencia a sus constantes borracheras, este le responde:
“El tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de novia, de familia, de religión, de dios, pero hay una cosa que no puede cambiar: de pasión, mírame a mí…. soy un tipo joven, tengo un buen laboro, una mina que me quiere, y como decís vos, me sigo cargando mi vida viniendo a tugurios como éste. Más de una vez me dijiste… ¿Por qué estás ahí, Pablo, que hacés ahí?. ¿Y sabes por qué estoy ahí, Benjamín? Porque me apasiona, me gusta venir acá, ponerme de pedo, cagarme a trompadas si alguien me hincha las pelotas, me gusta… y vos lo mismo, Benjamín, no hay manera de que saques de la cabeza a Irene (…) se ha comprometido, pero vos seguís esperando el milagro, Benjamín, por qué? ” En ese momento, como espectador, no pude evitar sentir un escalofrío de empatía ante la gran escena que se desplegaba ante mis ojos, porque esas frases encerraban una gran verdad que solo los que hayan sentido verdadera pasión por algo, entenderían. Pasión por algo alcanzable o inalcanzable, bueno o malo, edificante o destructivo, pero pasión al fin y al cabo. Y eso es otro punto fuerte de la película, el mostrarnos la pasión leal por alguien, sin que el tiempo ni la aparición de otras pasiones menores hayan logrado mellarla. Toda una oda a la vieja escuela de los sentimientos, todo un pedo a la posmodernidad descarada de esta parte del siglo.
El filme está plagado de frases y escenas memorables, como tiene que ser en todo filme noir, pero la que describo líneas arriba es la que para mi gusto se lleva las palmas. Todo el secreto de la película se encierra ahí, todo lo que motiva al protagonista a hacer lo que hace, lo dice Sandoval en su memorable discurso etílico.
No quiero fregarles el final, así que solo les digo vayan a verla, antes que la saquen de cartelera, no se arrepentirán. Aun si son reacios a visionar cine independiente y de esta parte del continente, no se aburrirán, por que la belleza de Soledad Villamil será suficiente para mantener su atención.